noviembre 5, 2024

Un siglo perdido

Un siglo perdido

Jesús Sánchez Meleán

Tengo varios días preguntándome cómo la historia puede llegar a ser tan sesgada. La pregunta vino a propósito de la conmemoración del primer centenario de la masacre ocurrida en Tulsa, Oklahoma. En ningún de mis cursos de historia norteamericana yo me topé con ese acontecimiento que dejó un aproximado de 300 fallecidos, todos residentes del vecindario Greemwood, y todos ellos de raza negra, o afroamericanos.

Esa masacre, ocurrida entre el 31 de mayo y el 1 de junio de 1921, provocó la destrucción del vecindario entero, unas 1.250 casas. La zona de la tragedia era conocida como el “Wall Street negro”  por su prosperidad, según relata la historiadora Brenda Stevenson. La historiadora explica que los residentes de Greemwood estaban a solo una o dos generaciones de la esclavitud y habían logrado crear “un distrito muy exitoso, una clase media muy sólida”.

Los perpetradores de este crimen pertenecían todos, según las evidencias que ahora se dan a conocer, a un solo grupo humano, los residentes blancos de la segunda ciudad con más población en Oklahoma. A destiempo, los historiadores han decido reconocer esta masacre como un crimen de odio y al mismo tiempo han expresado que sus ejecutores debieron haber sido procesados por terrorismo doméstico.

Ninguna persona fue detenida por el hecho. Tampoco hubo alguien que fuese llevado a juicio o condenado por ejecutar, incitar o encubrir la masacre. Ahora se sabe que la policía le suministró las armas a la población civil blanca para que ejecutaran los violentos actos. Muchos menos se pagó alguna indemnización a las familias que perdieron sus casas y sus propiedades.

Los pocos sobrevivientes de aquel crimen racial tuvieron que esperar hasta el año 2001 para observar como se creaba una comisión que iba a documentar los hechos ocurridos ochenta años antes. Viola Fletcher, con 107 años, sobreviviente de la tragedia, señaló que los Estados Unidos “puede olvidar esta historia, pero yo no puedo. No lo haré, y otros supervivientes no lo harán, nuestros descendientes no lo harán”.  

Entonces, ¿cuál habrá sido el propósito de ocultar lo más posible este hecho?. El haberlo escondido no lo borra. Eso es lo que dice Fletcher. El no recordárselo a la sociedad tampoco tiene ningún impacto positivo. El haber hablado de esta masacre hubiese permitido aprender de cómo las posturas raciales, extremas, divisivas, deterministas como las que tenían la población blanca en Oklahoma en 1921, tiene pésimas consecuencias.

Lo triste es que en el presente muchas de esas actitudes racistas persisten. No me lo contaron, ví con mis ojos, como en la tienda Antique Corral en Cortez, Colorado, tienen para la venta decenas de letreros con mensaje claramente discriminatorios. Entre esos mensajes aparecen: “White Only” (Solo blancos); “Colored seated in rear” (Personas de color se sientan detrás); “Colored Waiting Room” (Salon de espera de las personas de color).

Habrá algunos que compran esos letreros pensando que se trata de una curiosidad porque en el tiempo presente ya la sociedad norteamericana está “desegragada”, al menos en teoría. Estoy seguro que la mayoría de los que constituyen el mercado para esos letreros necesitan el refuerzo de ese sentimiento de diferenciación racial que aprendieron en casa y que practican en comunidad.

El sentimiento de diferencia racial, o “supremacía blanca”, tiene su caldo de cultivo en comunidades como Cortez. En la capital del condado Montezuma, en el suroeste de Colorado, a solo 25 millas de las frontera con Arizona, Utah y Nuevo México, casi el 80 por ciento de la población es blanca. Los afroamericanos no representan ni siquiera el medio porciento de la población. Si es que allí vivieron algunos afroamericanos seguramente huyeron hace tiempo.

Entonces, el grupo mayoritario de la población, ha dirigido la atención hacia los otros dos grupos raciales un poco más numeroso en esa zona. Los nativo americanos representan el 11 por ciento de la población del condado Montezuma; mientras los hispanos alcanza el 13 porciento. Y puedo dar fe de como en Cortez se ejerce el racismo, o se discrimina, tanto a los nativo americanos como a los hispanos.

Se ha perdido en siglo en la tarea de desterrar la discriminación racial y la supremacía blanca. Y lo triste es que los historiadores también perdieron el tiempo. 

Jesús Sánchez Meleán

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