Jesús Sánchez Meleán
Daniel Ortega será votado y proclamado presidente de Nicaragua por cuarta oportunidad. Había sido electo en 2007, en 2012, y en 2017. Pero Ortega, próximo a cumplir 76 años, ya tenía un largo historial como el hombre fuerte del país centroamericano antes del 2007. Ortega coordinó la Junta de Gobierno establecida por la revolución sandinista entre 1979 y 1984. Luego, este “comandante asimilado” presidió por primera vez el país entre 1985 y 1990.
Ese largo y característico ejercicio del poder en Nicaragua lo incluyen en la lista de históricos dictadores latinoamericanos. En su primera etapa, antes de 1990, Ortega ejercía el poder sin mucho recato. En aquellos años, todo era permitido porque estaban “en revolución”. En su segunda etapa, luego del 2007, Ortega fue poco a poco debilitando las instituciones nacientes para acomodarlas a sus caprichos. Fue perdiendo la compostura y el decoro año tras año.
El punto culminante de su ejercicio despótico se mostró en el 2018. Ortega se dio a la tarea de disolver las protestas pacificas en su contra usando la represión por parte de las fuerzas armadas. De aquellos enfrentamiento entre el ejército nicaragüense y sus ciudadanos quedaron unos 350 muertos y miles de heridos. Ortega acompañó su orden de “atacar primero y preguntar después” negándole atención médica a los heridos.
Quedó bien documentado como a cientos de jóvenes gravemente heridos en las propuestas del 2018 les cerraban las puertas de los hospitales. El propósito era dejarlos morir en la calle para enviar el mensaje de terror que previniera a otros de salir a protestar. Su descaro fue más allá, al abrirle procesos judiciales y llevar a la cárcel a médicos, enfermeras, y a otros trabajadores del sector salud que osaron contradecirlo atendiendo a los heridos en aquellas protestas.
Con el lema “mantener el poder o morir”, Ortega abordó sus acciones con miras a las elecciones de 7 de noviembre. Encarceló a siete de los aspirantes a la presidencia usando unos argumentos que causan risa. Y para el día de las elecciones siguen encarcelados, e inhabilitados políticamente, los aspirantes presidenciales Cristiana Chamorro, Arturo Cruz, Félix Maradiaga, Juan Sebastián Chamorro, Miguel Mora, Medardo Mairena y Noel Vidaurre.
Ortega será votado el 7 de noviembre, pero en realidad, ese día no habrá ninguna elección en Nicaragua. Ortega escogió a sus contendores y eliminó cualquier posibilidad de la alternabilidad del poder. Nadie sino Ortega tiene la posibilidad de obtener la presidencia en Nicaragua. Lo preocupante es que no hay ningún factor de poder interno en Nicaragua que pueda alterar el curso de acontecimientos que ha trazado Ortega.
A pocas hora de la votación en Nicaragua, la Cámara de Representantes de EEUU, aprobó ley “Renacer”, que permitirá aumentar las sanciones contra el régimen de Ortega. La legislación, presentada por el demócrata Bob Menéndez y por el senador republicano Marco Rubio, obtuvo el respaldo de 387 legisladores. Muy probablemente Biden la va a firmar. Cuando entre en vigencia, la ley va a limitar el apoyo de los organismo multilaterales a Ortega.
Ese pronunciamiento de los congresistas norteamericanos significa un rasguño leve a su autoridad. Ni la Unión Europea ni otras naciones latinoamericanos o asiática han emulado a EEUU. Ortega sabe bien que “los deseos no preñan”. La diplomacia le crea problemas pero no lo saca del poder. El sabe que los marines no llegarán a su territorio. También sabe que ni Estados Unidos ni ningún otro país va a adelantar una guerra interna en Nicaragua.
Cabe entonces preguntarse, ¿Quién le pondrá el cascabel al gato?
otras noticias
Defendiendo el castigo corporal en lugar del progreso
Mi viaje de demócrata a seguidora de Gabe Evans
Columnista Invitada – Para los Latinos de Colorado, la justicia reproductiva pertenece a nuestras iglesias