
Jesús Sánchez Meleán
El pasado fin de semana se ejecutó una nueva farsa electoral en Venezuela. El régimen chavista, sin el más mínimo recato, organizó elecciones para elegir a los miembros de la Asamblea Nacional y a los gobernadores de los 24 estados del país. Como era previsible, el resultado fue “aplastante”: el chavismo asegura haber ganado el 93% de los escaños legislativos y 23 gobernaciones. También reportan un 42% de participación electoral, cifra que no se sostiene con ninguna evidencia creíble.
Las calles vacías, los centros de votación desiertos y las imágenes que circularon por todo el país, confirman lo que denunció María Corina Machado: la abstención fue masiva, y probablemente superior al 85%. El pueblo venezolano no eligió este 25 de mayo. Ya lo había hecho el pasado 28 de julio, cuando, con más del 70% de los votos, le dio la espalda al régimen. El problema es que ese resultado fue bloqueado por el propio régimen, que impidió la transición por la fuerza.
Por eso el opositor Antonio Ledezma tiene razón al afirmar que “Maduro no gana elecciones, se las roba”. Esta nueva farsa no tiene ningún sentido en términos democráticos. Más grave aún: un grupo de supuestos líderes opositores decidió participar, rompiendo el llamado a la abstención. Se presentaron como candidatos no para disputar el poder, sino para “recoger las botellas vacías”. Esa es la imagen más cruda de lo que ha ocurrido.
El síndrome de las botellas vacías
Mientras el chavismo celebraba su montaje electoral, estos políticos acudieron a recoger las sobras del festín, a legitimar un proceso fraudulento, y a ofrecerle al régimen el argumento perfecto para fingir que en Venezuela hay democracia. A quienes están comprometidos con los valores de la democracia liberal —esa que se construye sobre el respeto al voto, al disenso y a las instituciones— les resulta imposible aceptar que este tipo de simulacros tengan alguna validez.
Las elecciones solo tienen sentido si reflejan la voluntad popular, si se respetan los resultados. En Venezuela no hay democracia. Hay un régimen que controla el poder total y que ahora pretende imponer un estado comunal, sin partidos, sin parlamento, sin política. En Venezuela solo oficiales del PSUV van a levantar la mano para ratificar las decisiones del poder central. Participar en ese juego no es política. Es sumisión. Es traicionar el mandato del 28 de julio. Es vivir del síndrome de las botellas vacías.
El síndrome de las botellas vacías

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