Jesús Sánchez Meleán
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El presidente Joe Biden no dudó un segundo en salir ante las cámaras para asumir la responsabilidad por los recientes acontecimientos en Afganistán. El 26 de agosto, dos militantes, bien entrenados y radicalizados, del Estado Islámico (EI) detonaron explosivos en áreas protegidas por soldados norteamericanos en Kabul. Una de las explosiones tuvo lugar en el aeropuerto de la ciudad y la otra creó destrozos en un hotel cercano a la terminal aérea. La inteligencia detectó y advirtió la inminencia del ataque lo cual redujo el número de decesos.
Como comandante en Jefe, era su obligación el asumir la responsabilidad. Sin embargo, el solo discutir los errores tácticos en la operación de retiro de las tropas en Afganistán limita la comprensión completa de la compleja coyuntura para la administración Biden y para los Estados Unidos, en general. Cuatro presidentes norteamericanos se pusieron a jugar con la papa caliente de la intervención de Afganistán y esta le terminó quedando en las manos de Biden.
Las administraciones de George W. Bush, Barak Obama, y Donald Trump mantuvieron e incrementaron la presencia de tropas en Afganistán. Estas administraciones también invirtieron recursos en crear y fomentar las instituciones tradicionales de las democracias occidentales. En Afganistán se crearon organizaciones políticas que compitieron en elecciones. Aprobaron una constitución que establecía la división del poder según los fundamentos de las teorías de Montesquieu. Y se estableció un ejército sujeto a la autoridad de los civiles.
En estas tres administraciones se discutió sobre la estrategia para finalizar esa intervención. Los argumentos para mantener la intervención fueron siempre los mismos. Los Estados Unidos debían quedarse más tiempo para que las nuevas instituciones terminaran de sembrarse y de esa manera se pudiera evitar la retoma del poder por parte del talibán. Se asumía que la vuelta del talibán significaba la posibilidad para que grupos terroristas tuviesen protección y planificaran atentados contra EEUU y otros países occidentales.
Según relata Bob Woodward en sus dos obras sobre la administración Trump, el expresidente republicano estaba obsesionado con la intervención de Afganistán. Trump se preguntaba en público si la presencia de EEUU en ese país iba a durar un siglo. Para Trump esa intervención no tenía ningún propósito y significaba un desperdicio de dinero. El expresidente logró que Mike Pompeo, su Secretario de Estado, se tomara en serio el evaluar el cómo salir de Afganistán.
En febrero de 2020, Pompeo llegó a un acuerdo con los talibanes. Las bases del acuerdo incluyeron el perdón de un contingente de 200 activistas talibanes que se encontraban presos. Además, se acordó la retirada pacifica de todas las tropas norteamericanas para el primero de mayo de 2021 contando con el apoyo de los talibanes. Y también muy importante, en caso de conformar un gobierno, el talibán se comprometía a no acoger terroristas que atentaran contra EEUU u otras naciones occidentales.
EEUU no llegaba a este acuerdo por la única determinación de Trump y de Pompeo. Los dos partidos habían acordado el respaldar esta oportunidad para poder salir de Afganistán. En 20 años, la intervención y la imposibilidad del retiro de las tropas causo el deceso de 2.300 soldados norteamericanos. En el tiempo de mayor presencia militar en Afganistán se llegaron a concentrar ese país unos 100 mil soldados norteamericanos. Un reciente reporte del departamento del tesoro indica que, entre noviembre del 2002 y diciembre de 2021, los Estados Unidos gastaron en Afganistán unos 882 mil millones de dólares.
La administración Biden asumió el tema de la intervención de Afganistán tiendo en mente los costos; las pérdidas humanas; y el reciente acuerdo entre los EEUU y el talibán. Biden considera que no “tenía una alternativa”. Según ha venido explicando, su única opción era continuar con el acuerdo de Trump para sacar a los soldados de EE.UU. de Afganistán. De haber desconocido esos acuerdos de EEUU, Biden hubiese tenido que asumir el costo de escalar la guerra contra el talibán en aquel país.
En sus intervenciones Biden ha explicado lo que piensa sobre la posibilidad de esa escalada. “Nunca he sido de la opinión de que se deben sacrificar vidas estadounidenses para intentar establecer un Gobierno democrático en Afganistán, un país que nunca ha sido en su entera historia una nación. Y que está hecho, y no lo digo de manera despectiva, de un conjunto de diferentes tribus que nunca, nunca se han llevado bien”, dijo. Y la cruda realidad es que luego de 20 años, gran parte de la población simpatiza con el estilo de autoridad del talibán.
¿Se quemará Biden con esta papa caliente? Seguiremos analizando el tema.
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