
UNA AMIGA FIEL DESPIDE AL PAPA FRANCISCO EN SILENCIO Y CON TERNURA
Jesús Sánchez Meleán
La imagen fue breve, silenciosa y poderosa. Una pequeña monja con cofia azul, mochila verde y el rostro lleno de lágrimas, detenida en oración frente al féretro del papa Francisco en la Basílica de San Pedro. Mientras los cardenales y dignatarios de la Iglesia pasaban rápidamente como lo dicta el protocolo, ella permaneció quieta, rezando con los ojos cerrados. Su nombre: Geneviève-Josèphe Jeanningros, una hermana francesa de 82 años, cuya profunda amistad con Jorge Mario Bergoglio, nacida del dolor, el reclamo y la fe, se hizo visible en ese instante sagrado.
Aquel gesto, infringir sin resistencia la norma que prohíbe detenerse frente al cuerpo del pontífice, no fue desobediencia. Fue amor. Fue memoria. Fue despedida. La hermana Jeanningros, miembro de las Hermanitas de Jesús, había sido por años una amiga cercana del papa Francisco. Su relación no empezó con elogios, sino con una carta en la que la religiosa lo interpelaba por su actuación durante la dictadura militar argentina. Jeanningros era sobrina de Lèonie Duquet, una monja desaparecida por el régimen en 1977.

“No podía aceptar que mi tía fuera enterrada en una iglesia sin la presencia de un obispo”, le reclamó al entonces arzobispo de Buenos Aires. Bergoglio, lejos de defenderse, la llamó y le dijo: “Gracias, mi hermana… así debemos hablarnos entre hermanos y hermanas”. Ese fue el inicio de una relación espiritual que crecería con el tiempo. Desde que Bergoglio fue elegido papa en 2013, Jeanningros encontró en él no solo al líder de la Iglesia, sino a un hermano que entendía su misión entre los pobres.
La oración que rompió el protocolo
El pontífice visitó en dos ocasiones el parque de atracciones donde ella vive y trabaja con personas del sector en Ostia, a las afueras de Roma. Allí, en un modesto remolque convertido en capilla, Francisco dijo que se conmovió al ver “el Santísimo Sacramento entre la gente sencilla”. Durante la pandemia, ella recurrió a él para conseguir alimentos y ayuda para los trabajadores del parque y para personas trans que viven en la zona. “Nuestro apostolado es el de la amistad”, diría luego la hermana Emily, compañera de Jeanningros.

Y en su vida, eso se manifestó con coherencia y valentía. La despedida de Jeanningros fue más que un homenaje personal. Fue una oración viva por el hombre que transformó su dolor en diálogo, que la abrazó cuando aún había heridas abiertas, que defendió una Iglesia cercana, pobre, fraterna. Mientras el mundo observa el legado del papa Francisco desde sus reformas institucionales o decisiones doctrinales, ella lo despidió desde el lugar donde se encuentra lo esencial. El amor es más que un gesto. La fe es real. La amistad trasciende el tiempo y el cargo.
“Allí me puse a llorar porque mi tía murió por los pobres, y él también vivió para ellos”, dijo Jeanningros a la BBC. En un mundo marcado por la prisa y la apariencia, aquella monja diminuta y silenciosa enseñó qué significa la fidelidad. Y frente al altar donde reposa el cuerpo del pontífice argentino, su oración quedó como testimonio de una Iglesia, la encabezada por Francisco, que no se impone, sino que acompaña. Una Iglesia, como decía Francisco, “pobre, para los pobres”, donde la última palabra no la tiene el poder, sino la humanidad y la ternura.

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