Por María Marín
La palabra “cáncer” es una de las más temidas en nuestro lenguaje. Desde que fui diagnosticada con cáncer de mama, descubrí lo difícil que es pronunciarla. Cuando debía contarle a alguien sobre mi enfermedad, evitaba decir “tengo cáncer”. Recuerdo cuando le di la noticia a mi padre.
Pensé mil veces cómo decírselo sin sonar lúgubre. Quería evitar que pensara que pasaría lo mismo que mi madre, quien murió de cáncer de mama a los 33 años. Le dije suavemente: “Papá, me hicieron una biopsia y los resultados son positivos”. Sin embargo, él insistió en saber más, y finalmente tuve que decirle: “Papá, encontraron células cancerosas”.
No soy la única que encuentra difícil asimilar esta palabra. He recibido mensajes de amigos y familiares, todos con palabras de apoyo, pero ninguno mencionando “cáncer” directamente. ¿Por qué evitamos decirla? Porque la asociamos con la muerte, como si al decir “cáncer” estuviéramos diciendo “muerte”.
Es cierto que muchos mueren de cáncer, pero también es cierto que muchos lo superan. Por ejemplo, la tasa de supervivencia a cinco años del cáncer de próstata localizado es casi del 100%. En este mes de concientización sobre el cáncer, debemos cambiar el significado oscuro que le damos.
Si, como yo, fuiste diagnosticado, recuerda: el cáncer no es una sentencia de muerte, sino una prueba que nos fortalece.
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