Jesús Sánchez Meleán
El oficial de la policía de Mineápolis, Dereck Chauvin, mantuvo su rodilla sobre el cuello del finado George Floyd por 8 minutos y 46 segundos. Yo he redondeado, a casi nuevos minutos, ese tiempo que ahora pasa a tener significación histórica. El video del oficial en posición erguida y manteniendo controlado a Floyd con la rodilla tiene una fuerza devastadora. Su potencia se multiplica al escuchar al detenido, tendido en el suelo, casi balbuceando la frase “no puede respirar” para luego perder el conocimiento.
La reacción al video fue instantánea. Al cabo de 30 minutos de aparecer en las redes sociales de un medio impreso de Minnesota, el video había sido compartido por más de 300 mil usuarios. El video se viralizó en dos horas y pasó a ser la noticia en todos los servicios de noticias del mundo. Historias similares a la del video ya habían sido contadas en el pasado. Y de cuando en cuando nuevos casos de uso desproporcionado de la fuerza por parte de la policía en EEUU se convierten en noticia. Y esos abusos suelen ocurrir con víctimas de color.
Lo particular de caso de Floyd tiene que ver con el momento en el que tuvo lugar. Los Estados Unidos, al igual que el resto del mundo, sufren una emergencia sanitaria inédita y particularmente dura. El video aparece en un tiempo donde la sensibilidad está a flor de piel. Y los resultados están a la vista. En más de un centenar de ciudades de EEUU se registraron concentraciones en solidaridad con Floyd y su familia. Muchas de esas concentraciones se han tornado violentas por lo cual se declaró toque de queda en al menos 30 ciudades.
A escasos cinco meses de la elección presidencial, los temas de interés del momento giran ahora en torno al caso Floyd. Se pide superar la impunidad y por primera vez condenar a policías involucrados en un asesinato. Por otro lado, se escuchan testimonios de quienes ven en este caso una evidencia del racismo “sistémico” que prevalece en el país. Y hay muchos otros que están indignados por la pretensión del gobierno federal de disolver las protestas con fuerza militar.
Estas no son buenas noticias para Trump. El presidente norteamericano estuvo concentrado a finales del 2019 y principios del 2020 en frenar la crisis económica que muchos analistas estaban prediciendo. Trump bregó para que la Reserva Federal norteamericana dejara sin efecto los aumentos en las tasas de interés y de esa manera se mantuviese el dinamismo de la actividad económica. Trump calculó que su ventaja frente a cualquier rival demócrata sería el exhibir el éxito y la prosperidad reinante en la economía americana.
La suerte le comenzó a cambiar a Trump con la aparición del COVID-19. La única manera de detener los estragos del virus, ante la ausencia de una vacuna o un tratamiento efectivo, era el encierro y por lo tanto la parálisis. En ese momento el presidente debía poner en pausa el discurso de éxito para concentrarse en atender la emergencia. Sin embargo, en pocos días, Trump comenzó a soñar en lo que sería el retorno de la actividad comercial e industrial. El estuvo al frente de lo que llamó la gran reapertura para hacer grande a los EEUU.
Los vientos han vuelto a soplar en dirección contraria a las intenciones de Trump. El tema del racismo, y de cómo desmontarlo, no ha estado incluído en su tablero estratégico. Apenas hace un año, el propio presidente seguí arremetiendo en contra los jugadores de la NFL que se arrodillaban con el himno nacional o que se negaban a salir al campo durante la ejecución del himno norteamericano. Trump también ha tenido varias escaramuzas con líderes de la comunidad africoamericana.
Por otro lado, quizás llevado por el impulso, Trump comenzó a usar la carta de ser el presidente de la ley y el orden. No se hizo solidario con la causa de quienes protestaban en forma pacífica más bien los amenazó con desalojarlos de las calles. Solo los amenazó y esa sola amenaza desató un torrente de condenas que le han llegado de parte de su sector de apoyo. Los grupos conservadores más religiosos, y hasta un cardenal norteamericano, vieron mal el dispersar a manifestantes pacíficos para que Trump se pudiese tomar unas fotografías en la calle.
Trump pudiera revertir los efectos de los casi nueve minutos que protagonizaron Chauvin y Floyd. Para lograrlo el presidente tiene que cambiar de tablero estratégico y eso luce un tanto difícil e inconveniente. Seguiremos observando el caso.
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