Cantinfleando

Cantinfleando

Jesús Sánchez Meleán

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Estoy más que seguro que todo el mundo entiende lo que significa la palabra “cantinfleando”. Este es un término que se deriva de la palabra “Cantinflear”, incluida en el diccionario de la Real Academia Española (RAE) desde 2011. Quien está “cantifleando” o “cantinflea”, es aquel que “habla o actúa de forma disparatada e incongruente y sin decir nada con sustancia”.


La palabra tiene una connotación negativa. Sin embargo, el haber acuñado este término, y el haberlo elevado al diccionario de la RAE, significa un homenaje al trabajo del comediante mexicano Mario Moreno. Este artista logró que su personaje cinematográfico “Cantinflas” quedara perpetuado en el lenguaje de las actuales y futuras generaciones de habla hispana.


Y por ese motivo estoy convencido que a cualquier hispanoamericano le es muy sencillo identificar personajes públicos que “cantinflean”. Este es mi parecer sobre Stephen Hahn, director de The Food and Drug Administration (FDA), y Robert Redfield, director de los Center for Disease Control and Prevention (CDC).


Es triste tener que afirmar que Hahn y Redfield “cantinflean”. Ellos están al frente de la FDA y los CDC, respectivamente, que son dos instituciones que se ganaron el prestigio mundial por su desempeño impecable. Ambas siglas son referencia de credibilidad y certeza. Y por otro lado, ambos son expertos en el área médica; Hahn como oncólogo y Redfield como virólogo.


Redfield no ha hecho honor a la seriedad de la institución que dirige. Al mejor estilo de “Cantinflas” este médico no ha logrado hacerse entender sobre lo que son las guías adecuadas para que las escuelas de Estados Unidos operen con salubridad y seguridad mientras no exista una batalla para el COVID-19.


El director de los CDC presentó unas guías a principios de mayo. El presidente Trump descalificó estas guías porque eran “muy caras para implementar”. Y acto seguido Redfield salió corriendo a desdecirse. Y aquí fue cuando Redfield, mostrándose tembloroso, no pudo explicar las razones por las cuales estaba presentando unas nuevas guías más flexibles.


Otro acto “cantiflérico” de Redfield fue su doble discurso en el tema de las pruebas de COVID-19. Desde principios de abril, los CDC comenzaron a invitar a las personas que estuvieron expuestas al COVID-19, pero que no presentan síntomas, a practicarse las pruebas. De pronto, la última semana de agosto, Redfield volvió a mostrarse incoherente sobre este tema.


Este virólogo salió a informar que desde ese momento toda persona asintomática tenía prohibido el practicarse la prueba del COVID-19. Dijo que no importaba lo que el mismo había dicho durante meses. Los más suspicaces llegaron a pensar que Redfield, nuevamente quería hacerse eco del presidente Trump, quién quería reducir el número de pruebas del virus.


Y Redfield volvió a “cantinflear”. Pocos días después, salió nuevamente a contradecirse. El virólogo tuvo que volver a llamar a los asintomáticos para que acudieran hasta los centros de pruebas para practicarse los exámenes del COVID-19. Pero, Redfield no tiene el monopolio de las “cantinfleadas”. Su colega, el director de la FDA, también se las trae.


Hahn sin pestañar autorizó con carácter de urgencia el uso de la hidroxicloroquina, medicamento promovido por el presidente Trump para curar los efectos del virus. Pocos días después, y luego de la queja del gremio médico por la falta de evidencia científica, Hahn debió salir a decir que se suspendía el uso de la hidroxicloroquina. Su mensaje fue ininteligible.


Y este oncólogo no aprendió el significado de “cantinflear”. Escoltado por el presidente Trump, habló maravillas sobre la no tan original terapia con plasma convaleciente para pacientes con COVID-19. Entre el enredo de sus palabras dijo que esta terapia estaba aprobada porque ya estaba más que probado que reducía en un 35 por ciento el número de casos mortales del virus.


Nuevamente Hahn se volvió a enredar. Esta vez, sin Trump a su lado, Hahn dijo que se había equivocado al utilizar una estadística, del 35 por ciento, en forma equivocada. Y lo único que se le logró entender es que “todas las críticas que me formularon por haber autorizado el uso del plasma eran enteramente justificadas”.


El problema del “cantinfleo” es que en manos de estos dos “cantinfléricos” personajes radica la autorización para aplicar alguna de las vacunas contra del COVID-19. Con estos antecedentes de Redfield y de Hahn, ¿qué garantía tiene el público sobre la certeza de la vacuna? ¿Qué tal si la mandan a poner y días después salen con que faltaron pruebas conclusivas sobre su efectividad? Esto no es un juego.


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