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Virginia Garcia Pivik
Periodista y comentarista deportiva nacida en Argentina
Irreverente, arrogante, atorrante… Fue audaz, atrevido, insolente, pero también Ídolo de la gente, ídolo con pies de barro, corona de goles y trono de descalabros. El auténtico descamisado de los pobres y humildes. De los que se emocionan con un gol de potrero barrial, y con ese gol agónico que define una final y desata la locura nacional.
Diego Armando Maradona supo forjar un nombre sin igual en la galaxia futbolera y escribió con los pies, la cabeza y el corazón una constelación de marcas personales a la que solo un puñado de mortales pudo acercársele tímidamente.
Subía y bajaba: de peso, de gloria, de escándalos…
Y en cada subida caprichosa o articulada a conciencia, subían los ánimos del pueblo argentino. La historia albiceleste que en las últimas 6 décadas que vivió el 10, supo contar en sus páginas más oscuras historias de desaparecidos, dictadura, la guerra de Malvinas, hiperinflación, corralitos bancarios y hasta golpes militares a la democracia.
Diego fue capitán de la selección nacional argentina de fútbol y cada vez que entraba a los estadios del mundo, todo el equipo del que era parte y la Argentina en su totalidad se congelaba y se le colgaba en los hombros. Es que solo aquel que es argentino entiende que, al dolor de las pérdidas de tantos pibes jóvenes de 18 años en la despiadada e injusta guerra de Malvinas, lo único que le hizo un solo un poco de justicia popular fue aquel 2-1 en cuartos de final del Mundial de México 86 en el estadio Azteca.
Y ese escuchar que todos los argentinos (en el estadio y congelados con la cara contra el monitor de la tele) vitoreaban al unísono al verlo gambetear cada vez que había peligro de gol en el área chica:” el que no salta es un inglés” ¿Cómo no ibas a quererlo o perdonarlo si en ese preciso momento y por un ratito uno se olvidada del dolor de los últimos anos de la vapuleada Argentina?
Su vida personal fue desprolija, y nadie lo discute. El Diez jamás se privó de nada. “Confieso que he vivido” le habrá susurrado al oído al gran Pablo Neruda al cruzárselo en el cielo, o en el infierno o en el limbo…porque con Maradona uno nunca sabe donde iba a aparecer después…
Con una zurda endiablada, hambre en la panza en el potrero de Villa Fiorito y ganas de triunfar para hacer sonreír a Doña Tota (su mamá) Maradona regalaba lágrimas de alegría, gozo, el corazón galopando fuerte en el pecho y hasta algún insulto contenido cuando lo veías jugar en la cancha o en la vida misma…
Y el que esté libre de todo pecado antes de criticar su genialidad futbolística o su significado emocional para todo un pueblo, que se anime a dar la primera patada. Pero que lo haga de zurda, y al arco y eludiendo a 2, 3, 4 y hasta 5 jugadores y recién después, solo después, nos sentaremos a juzgar.
Descansa en paz, Pelusa, te llegó la hora de colgar los botines terrenales y calzarte los de leyenda.
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